domingo, 27 de septiembre de 2009

Lágrimas invernales de una tarde sin vida

“Y es que la vida deja de tener sentido cuando empezamos a negarla”

Ella suspira, mientras observa el jardín de rosas, las flores parecen haber olvidado su encanto en algún lugar de la noche. Ella está sentada tratando de contener sus lágrimas, de no explotar. Necesitaba de algo que la hiciera olvidar, o más bien, que la haga pensar en que la vida aún podría tener sentido, necesitaba de él.

Él siempre fue su verdadero amor, nadie más la pudo haber amado de igual forma y ella no podría haber vivido al lado de alguna otra persona. El gran amor de su vida no estaba mas ahí, la había abandonado hace mucho tiempo atrás.

Ella pasa la tarde mirando el cielo desde su ventana, en el mismo lugar en el que él le dio el último adiós. Observa el firmamento, como esperando el regreso de su amado. El día es frío y triste, el aire lleva consigo un aroma de nostalgia, de dolor.

Lejanos parecen los días en que ellos dos estuvieron juntos, en las buenas y en las malas, siempre juntos. La vida les dio los golpes más duros que tenía guardados, hizo que temblara su mundo entero, pero nunca pudo separar aquellas dos mitades que siempre latieron juntas, que siempre fueron el mismo corazón.

Decidió dejarla una mañana de verano, llevándose consigo la alegría de su vida, la luz de sus días, el encanto de su sonrisa. Ella derramó su vida entera en sus lágrimas cuando él se despidió, le rogaba entre el llanto más triste que pudo haber existido que no la deje, que cumpla su promesa de permanecer a su lado por toda la eternidad. Desesperada, no sabía como afrontar aquel momento, se destruía por dentro al verlo alejarse. Él pronunció sus últimas palabras y se despidió con aquella mirada que siempre la cautivó, la misma que permanecía imborrable después de tantos años.

Ella observa como la vida pasa y pasa sin detenerse, sollozando. Ve cómo el día parece suicidarse robándole el aroma a las flores, el canto de las aves y el coqueteo del sol más tímido que existía.

De haber podido escoger su destino la hubiera visitado todos los días sin falta alguna, de haber podido. Sin embargo, empacó todo lo que pudo cargar y partió hacia aquel lugar de donde no se puede regresar. Él nunca quiso irse, nunca antes que ella. La muerte se lo llevó lentamente hace mucho tiempo atrás, él luchó valientemente durante varios años contra aquella enfermedad, ella peleó incesantemente a su lado cada día, cada hora, cada instante. Las lágrimas derramadas en su entierro fueron tantas que podrían compararse con el diluvio bíblico.

Con el pasar del tiempo, el dolor fue haciéndose más llevadero para todos. Sin embargo, ella nunca pudo dejarlo ir, aún parece rogarle que no la deje todas las tardes de invierno, cuando en medio de estas tardes tan heladas clama por un poco de ese calor que él ya no podrá darle.

Ella observa sus fotos y parece gritarle al cielo que le devuelvan al gran amor de su vida, parece gritar desde el fondo de su alma que la espere, que llegará el día en que puedan estar juntos una vez más.

0 comentarios:

Publicar un comentario