jueves, 1 de octubre de 2009

La Guerra Del Fin Del Mundo

"Y es que la vida es un cuento, que hay que vivir en el momento"


Transcurrían los más gélidos días de invierno. Sonó aquella canción que le encantaba, pero que empezaba a odiar desde que la puso como alarma. Con sorprendente habilidad, logró apagarla sin abrir un solo ojo para así arrebatarle unos cuantos minutos más de sueño al día. Unos momentos después, la culpa lo llevó a levantarse a duras penas de aquella cálida y cómoda cama que lo invitaba a quedarse todo el día en sus entrañas. Observó a través de su ventana aquel deprimente color gris del cielo que lo acompañaba día tras día y que estaba empezando a odiar. Se puso lo primero que encontró y se dirigió hacia la cocina a exigir su desayuno.

Su madre, que lo recibía con todo el amor del mundo, se le acercó para besarlo. Él, totalmente apurado hizo un ademán de rechazo. Había tenido suficientes muestras de afecto durante 20 años, exigió su comida con más fuerza. Su madre, comprendiendo su mal humor, se resigno a alcanzarle lo que había preparado. Devoró lo que encontró frente a él, mientras se daba cuenta que iba a llegar tarde a sus clases; pero nada importaba, no había fuerza sobre el mundo que evitara que se acabara su desayuno. Cogió sus cosas, se puso cualquier casaca que encontró y salió disparado al paradero. "Chau ma', vengo tarde" fue lo único que dejó antes de despedirse.

Caminaba, casi trotaba por la calle. El sólo hecho de pensar en que tenía que tomar una combi para llegar a la universidad lo hacía sentirse enfermo, lo hacía desear regresar y meterse en su cama otra vez. Esperó un par de minutos, subió a su "adorada" combi, afortunadamente, encontró un asiento. Tan mecánico siempre, tan rutinario, tan desesperante. No podía soportar vivir un día exactamente igual al anterior, una y otra vez. Estaba harto de todo.

Sin embargo, había algo raro en ese día tan frío, no era tan igual, tan común a los otros. Él, sentado, viendo a la gente pasar por la ventana. Los veía deambular como fantasmas, nadie sonreía, nadie conversaba. Todos y cada uno de ellos se encontraban como inmiscuidos en su propio mundo, en otra dimensión. Como si no se dieran cuenta que había gente a su alrededor. Los rostros, eran tan fríos, tan inexpresivos. No logró identificar sentimiento alguno, ni alegría, ni dolor.

Se sentía tan lejano, tan extraño a todos, como si fuese el único que se diera cuenta de lo que sucedía. Quiso llorar, quiso gritar, quiso matarlos a todos. Se sentía tan impotente, tan triste, tan furioso de sentirse una persona más del montón, un alma en pena más de la ciudad. Odió a todos y a cada una de las personas que veía, los odió como a nada por ser como eran, por ser tan vacíos, por hacerlo sentirse completamente solo. Se odió a sí mismo por haberse dado cuenta de lo que sucedía, que él también era uno de tantos que seguía el pasar de los días con resentimiento, sin emoción. Llegó a odiar la forma en la que había llegado a hacer cada uno de sus días una rutina sin fin en donde todo transcurría solamente por inercia.

Acercándose a su destino, pagó su medio pasaje y se bajó en la misma esquina de siempre. Trató de justificar todo el conflicto que llevaba en su interior. Ni lo extenuante que podría llegar a ser la universidad, ni el rechazo de la chica que le gustaba, ni la muerte de su padre; nada era lo suficientemente sólido para explicar la deriva a la que había llegado su vida. Recordó mejores años, los largos veranos que aprovechó para correr bajo el sol con todos los amigos de su cuadra. Sintió la emoción una vez más y no llegaba a encontrar la forma en la que había pasado de ser la alegría de sus padres a la sombra de una vida.

De pronto, todo cobró sentido. Su vista se puso en blanco, cerró los puños con furia, se olvidó de todos los fantasmas que andaban por las veredas de Lima la gris. Pensó en él, en su felicidad, en que no importaba si es que se sentía muerto de cansancio, si debía tomar la misma maldita combi todos los días, si la chica que le gustaba no le hacía caso. Mandó todo al demonio, y es que se dió cuenta de que la vida es un cuento que hay que vivir en el momento. Se sentía tan feliz, tan decidido, su vida cobraba un nuevo rumbo finalmente. Todo habría sido tan distinto de no ser por ese maldito carro que no frenó a tiempo, que no le dió tiempo de reaccionar, que lo había dejado en medio de la pista. Sentía que el invierno se iba, que los problemas desaparecían lentamente. Sólo podía pensar en lo hermosa que pudo haber sido su vida de haber sucedido todo de otra manera. El aire le empezaba a faltar, cada vez se le hacía más difícil respirar, y sólo pensaba en que debío haberse quedado en su cama. El dolor lo invadía, la única forma de detenerlo era dejando entrar a la sangre a sus pulmones. No comprendía por completo lo que sucedía, quería llegar a sus clases de una vez, pero las piernas no le respondían. Deseaba levantarse e ir a pelear los años que había perdido. Pero la realidad era otra, poco a poco el dolor empezaba a desaparecer, el mundo empezaba a silenciarse, el dia se convertía en noche. Dentro de él se liberaba la lucha más grande que se había visto, La Guerra del Fin del Mundo, en donde trataba de vencer a la muerte, ya que había perdido la guerra contra su vida. El frío desaparecía lentamente, sus lágrimas brotaban y el aún no sabía nada. Sólo podía pensar en que debió haberle dado ese último beso a su madre, en que las cosas pudieron ser tan distintas si se hubiera dado cuenta de que la vida no había sido cruel con él, sino que él había sido cruel con su vida.

0 comentarios:

Publicar un comentario